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 Cada día es una oportunidad para cooperar, para ser más respetuosos y civilizados en nuestra convivencia. Si cada día exploramos las vías del diálogo, de la tolerancia y del valor del otro, tratando con respeto a las mujeres, a los ancianos, a los discapacitados y a los niños; si hacemos equipo con nuestra pareja; si cuidamos la naturaleza y recuperamos el valor de la familia; si logramos poner en práctica todo esto, la sociedad puede ser mejor.

Creo que es momento de dejar de pensar únicamente en nosotros mismos, de abandonar el individualismo y esa forma de competencia que muchas veces termina por ser destructiva; es tiempo de que contribuyamos, desde nuestra casa, a que la educación cumpla con su misión de formar a los niños y jóvenes en los valores de la honestidad y la honradez, a que nuestros hijos sean mejores personas y mejores ciudadanos el día de mañana.

Este y otros temas son abordados y analizados en mi más reciente libro: "Reflexiones para una Nueva Convivencia", de Editorial Águeda, presentado el pasado 30 de junio en el Alcázar del Castillo de Chapultepec.

En medio de las evidentes dificultades que vive el país, de cambios constantes y metas no alcanzadas; impactados por la extrema violencia, el miedo y la inseguridad provocados por la delincuencia y el crimen organizado, no podemos ser arrastrados por la parálisis y olvidar la obligación que como personas tenemos con la solidaridad, el apoyo mutuo, la amistad, el aprecio, la dignidad y el respeto por las personas.

El libro fue concebido como un llamado contra el pesimismo. Ante las desigualdades, las injusticias y los desequilibrios que vemos cotidianamente, no podemos permitir que la apatía y el inmovilismo ahoguen la energía y la iniciativa de la sociedad, mucho menos de sus niños y jóvenes, quienes tienen toda una vida por delante.


Se trata también de un manifiesto contra la desesperanza. Estoy convencido de que a pesar de las múltiples insatisfacciones y adversidades, la sociedad cuenta con la voluntad para lograr cambios por sí misma, que desde el interior de las familias aún estamos a tiempo de reforzar los valores que contribuyan a enriquecer y a hacer más plena la convivencia humana.

El libro fue preparado como una lectura dirigida a todo el público y está vinculado con mi perspectiva y experiencias de vida profesional; por eso deseo que particularmente llegue a los jóvenes; me preocupa que ellos son los más vulnerables a caer en la desesperanza y el pesimismo, a la pérdida de valores que hoy en día es tan necesario mantener y enriquecer.

Por esta razón intento llamar la atención sobre la necesidad de dejar de ser indiferentes y que tomemos conciencia para intentar solucionar los problemas que están a nuestro alcance; que seamos solidarios con quienes están en desventaja social y económica; y, que empecemos a actuar, a ser corresponsables y no dejar todas las soluciones en manos de otros.

Tengo la confianza de que podemos luchar contra lo que no queremos y el comienzo de la lucha no está en las leyes, en los reglamentos, sino en nosotros mismos, en nuestra ética individual, en nuestros valores de respeto a la persona y de convivencia, en revertir la indiferencia, para lograr una sociedad, un mundo y, sobre todo, una vida mejor.

Al compartir este libro, quiero contribuir a renovar la fuerza del espíritu humano, pues creo que esta es la única forma de evitar caer en el fatalismo y la desesperanza. Quiero invitarlos a reflexionar sobre lo que estamos haciendo y sobre lo que dejamos de hacer por nosotros mismos y los demás, sobre lo que somos y lo que queremos ser, y, a partir de ahí asumir el compromiso de ser mejores, en lo individual, en lo familiar y en lo colectivo. Confío en que podremos lograrlo.

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