El camino a
L A B E L L E Z A

V E S T U A R I O
1990
La palabra clave es “individualismo”. Esto vale también para la longitud, el estilo, los pantalones o vestidos: es la usuaria quien decide lo que desea llevar, cómo y con qué. Los enterados se dan cuenta de que, sea cual fuera su elección, ésta llevará una carga significativa que no pasará por alto a los cognoscenti; pero, en general, sigue tratándose de un factor liberizador.
Los grandes diseñadores influyen más que nunca en las vidas de la gente corriente. Porque habría que retirarse a una cueva de la montaña para no percibir cu influencia, con todo el espacio que les dedican a los medios, tanto en las pasarlas como en los lomos de las celebridades que compran su ropa: por ejemplo, actos sociales como la presentación de nuevos diseñadores para Dior y Givenchy, Galliano y McQueen, respectivamente; o el traspaso de la corona de Karl Lagerfeld a stella McCartney, en Chloe.
Las imágenes exhibidas en las pasarelas de los noventas son menos realistas, en cierto modo, porque es tan inmenso el circo mediático en que se encuentran, es tan enorme el espacio que las rodea, si se compara con la vida real, y son tan descomunales las expectativas suscitadas, que una gran proporción del éxito depende del instinto y de la interpretación de la moda.
Las amplísimas opciones de moda disponibles en los noventa coinciden con un inmediato traslado al mercado detallista de las imágenes de la alta costura, por lo cual éstas aparecen prácticamente de manera simultánea. Aparte de conocerse perfectamente a las figuras de la pasarela y los vaivenes de sus vidas, son muchas las personas interesadas en la vertiente de espectáculo que tiene este mundillo, gracias a los espacios en la televisión y en las revistas, y por el tratamiento de personajes famosos que se dispensa a las modelos.
Otra razón de la creciente fama de los diseñadores es que negocian concesiones de licencias y participan en forma de vida que nos los presentan como personajes del Renacimiento, industriales de genio artístico que alternan con celebridades de primera división, tiene musas inspiradoras y controlan imperios dedicados a la veta de ropa, perfume y cosméticos.
Los diseñadores han creado en los noventa líneas de difusión que incorporan una nueva clase de clientes. Pero cada día cuesta más encontrar a alguien cuyas prendas procedan de un solo diseñador.
Se aprecia una nueva sensibilidad ante los géneros y la forma de usarlos. Al igual que con todo lo demás, en este decenio lo que decide nuestro aspecto no es la actitud personal, ni la categoría, ni tan siquiera la moda establecida. Como todo lo que se difunde acaba por aceptarse, debe reconocerse que nunca había tenido la alta costura tanta popularidad mediática, aparte del renovado respeto por el trabajo bien hecho y por lo objetos rebuscados, como sucedía a finales del siglo XIX. En cierto sentido se ha perdido algo del elitismo anterior, porque todos se inspiran en todos, ricos o pobres, jóvenes o viejos; y para eso basta con tener vista e instinto.