El camino a
L A B E L L E Z A
Los años treinta fueron una época de extremismos, tanto en la opulencia como en la miseria. Los ricos gozaban una existencia de lujo y elegancia que, para los pobres, tan sólo suponía una fantasía escapista canalizada por la magia de la pantalla de plata.
Los años treinta es un periodo más relajado y tranquilo en comparación con los años veinte.
En los Estados Unidos, la depresión trajo consigo un séquito de disturbios y penalidades para los pobres; aunque también, después del desastre financiero de 1929, para muchas personas que habían vivido en la abundancia. La separación entre ricos y pobres iba a ser mayor que nunca, mientras que en el interior del país familias enteras se ponían en camino para encontrar trabajo donde fuera.
La política económica y social definida por el gobierno federal en el llamado New Deal, tuvo la virtud de llegar cuando una gran parte de la población estaba ya en las últimas. También en Inglaterra se sufrían problemas parecidos, en un decenio caracterizado por las marchas del hambre, las colas del auxilio social y un desánimo generalizado.
Fueron muchos los idealistas que se interesaron por el comunismo como solución para los problemas de la sociedad occidental, y muy numerosos también los jóvenes intelectuales que lucharon con las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil de España. En Alemania, la creciente popularidad de Hitler no tardaría en encumbrarle al pode3r, donde supo rentabilizar los problemas económicos agravados por el carácter punitivo del acuerdo de paz negociado al concluir la Gran Guerra. Por doquier se detectaba una creciente sensación de dramatismo y de trágicos presentimientos, mientras los cielos volvían a oscurecerse en el escenario político internacional.
Las espléndidas historias de la pantalla siguieron reproduciéndose como si todo fuera bien en el mundo, con numerosos argumentos optimistas, gran cantidad de canciones y bailes, y muchísima comedia. Lo que fuera, con tal de olvidarse de los problemas, si se tenía dinero para pagar la entrada, ya que el cine era el más económico de todos los espectáculos de masas.
Los problemas sociales apenas incidían en las vidas de la gente bien, que se tomaba las cosas con filosofía cuando el estruendo de las marchas del hambre interrumpía momentáneamente sus placeres. Los millonarios seguían bronceándose en el Mediterráneo, cumplían el ritual de la Temporada y acudían en masa a Berlín, que se había convertido en la capital europea del vanguardismo y del placer. Es decir, la fiesta seguía viento en popa para quienes podían aguantarla. De vez en cuando se insinuaba la posibilidad de tener que apretarse los cinturones; pero semejante perspectiva de futuro no hacía sino fomentar la diversión y la espontaneidad en el presente.
La abdicación de Eduardo VIII de Inglaterra conmocionó y desmoralizó a las clases dirigentes, muchos de cuyos miembros consideraban sencillamente incomprensible que un hombre pudiera abandonar las obligaciones de un rey por una mujer como Wallis Simpson, una divorciada estadounidense. Eduardo había sido un señorito, un auténtico creador de costumbres imitadas por el resto del mundo, y de ahí la opinión muy extendida de que su reinado se caracterizaría por la espléndida elegancia del nuevo monarca. Su decisión entristeció y decepcionó a los defensores de la tradición; aunque para otros, contemplándolo desde un punto de vista más romántico, resultaba conmovedor que quisiera renunciar a tanto por la mujer amada.
La crisis constitucional pronto quedaría enmarcada en un contexto dramático por el estallido de la guerra en Europa. Una vez más se convocó a las mujeres para que trabajaran en los campos de cultivo, en las fábricas de armamento y en los hospitales, aparte de incorporarse a puestos masculinos sin conexión con el esfuerzo bélico. En sectores, más especializados, las mujeres también participaron en tareas de investigación militar e incluso en labores de espionaje.

C O N T E X T O
H I S T Ó R I C O
1930
